De faldas y retinas
- Fecha: 02 / Abril / 2022
Ahora que ha bajado un poco la espuma de los escándalos de acoso sexual escolar, en especial en colegios femeninos de tradición (para no mencionar las universidades y otros colegios), conviene reflexionar un poco, desde la serenidad, qué es lo que está pasando y por qué. Desde una perspectiva psicoanalítica, la escuela ha sido signada como un escenario de represión de los instintos. No es exagerado afirmar que la escuela no ha parado de reprimir las pulsiones básicas. A veces más, a veces menos. Una historia de la educación podría escribirse desde esa óptica: la gradual, lenta y difícil liberación de los sentidos y las almas del aparato escolar.
Hace 40 años, Estanislao Zuleta, uno de los pensadores más agudos del sistema educativo colombiano, distinguía la educación como un proceso de formación y acceso al saber y al pensamiento de la educación como el soporífero acto mecánico de transmisión de saberes ya adquiridos sobre la tutela y el control de los instintos y la inteligencia. La ensalada confusa, le decía. Y es verdad. Hemos reprimido más los instintos de lo que los hemos educado. Y educado quiere decir entendido, experimentado y orientado. En una palabra, conocido. Porque conocer es lo mejor. Conocer redime. Libera. Es una tendencia, una inclinación natural y un derecho.
Sin embargo, no ha sido así. Por razones históricas y de nuestra inveterada tradición de dar más importancia a la forma que al fondo. Más abajo, señorita. Está muy alta esa falda. Si es necesario, deshaga el dobladillo, pero bájela ahora mismo. Esas han sido, mayoritariamente, las instrucciones. No nos digamos mentiras.
Con ello no solo hemos logrado potenciar más el ojo del que mira, sino creer, como por arte de magia, que dejó de hacerlo. Y no es verdad. Los ojos están para ver. Para Aristóteles, la vista era el principal de los sentidos, el punto de partida del conocimiento. Pero no. Evitamos. Miramos para otro lado. No toque, no mire, no haga, no piense, no sienta.
Aunque las cosas han cambiado y toman fuerza nuevas perspectivas, no creo estar exagerando. Me reitero: a la institución escolar le cuesta trabajo repensarse y aceptar su obsesión por controlar, literalmente, todas las miradas, todos los pasos.
Creo que una escuela así entendida es un buen telón de fondo para que ocurra lo que ocurre. Lo que ocurre y ha ocurrido desde hace décadas. Los recientes escándalos son verdad y no obedecen a conductas inadecuadas de los adultos, como se han querido llamar. No. Las cosas por su nombre. Son acosos. Acosos sexuales basados en una relación de poder explícita o invisible. Punto. Es cierto que no siempre están probados o suficientemente documentados. No importa. En todo caso, esa circunstancia es menos relevante que el sonido del río. De la misma manera, no se puede dejar de reaccionar por los equívocos que en ocasiones las alumnas (o los alumnos) puedan generar en sus docentes, los cuales, por supuesto, jamás los justificarían.
En ese sentido, los escándalos nos pueden venir bien como sociedad y como instituciones escolares. Para pensar qué hemos hecho mal o a destiempo, por qué seguimos más preocupados por bajar el ruedo de la falda que por educar el ojo que mira. Si así fuera, habríamos ganado mucho.