Impresiones
- Fecha: 22 / Enero / 2022
Varios años llevaba sin ir al imperio. Antes de esta ocasión no había visto a tantas personas regadas en las calles. Tumbadas, literalmente, en el piso y en los rellanos de las escaleras. Por todo. La droga, la soledad, el frío, la pobreza, la locura, el alcohol. Parques enteros de la Gran Manzana o de la columpiada y hermosa San Francisco, atestados de cambuches y grupos de ciudadanos derrotados. No parece que a alguien le importe. Aunque sé que hay políticas de ayuda y atención por parte de las autoridades, se lleva uno la sensación de que ya hacen parte del paisaje urbano.
Los amigos que tienen mucho tiempo de vivir en este país lo corroboran. Y me previnieron contra los ladrones. Que no son los mismos que yacen en los parques. Nunca me había pasado desde que tengo visa, hace casi 40 años. El contraste, entonces, no puede ser más notorio. Mientras el capitalismo avanza impávido su marcha autómata, no se sabe muy bien dónde van quedando por el camino los detritos del propio sistema. O los que no pudieron adaptarse. No niego que muchas de esas personas son responsables de sus propios deterioros. Tampoco se me escapa que el Estado es incapaz de solucionar todos sus problemas. Pero algo está pasando en esta sociedad rutilante y bienhechora. ¿O será que el hecho de pagar impuestos me exime de otro tipo de conducta?
Grave cuestión. No me atrevería a afirmar nada. Lo cierto es que las respuestas de siempre no me convencen. Que siempre ha habido vagos, que no quieren trabajar, que se lo buscaron solitos, que allá ellos. Sí, pero no. No hay que hacer literatura para narrar el hecho contundente de que muchas de esas vidas desgraciadas no lo fueron antes o que una serie de circunstancias les torció el destino sin permiso. A uno de ellos, con el que pude hablar 30 segundos, una pena de amor lo llevó a vivir en los parques. El resto lo hizo Jack Daniel’s. Y sucumbió.
Tal vez ese hombre de ojos claritos era uno de los muchos que vi en el metro ensimismados y deambulando en sus propios mundos. Al lado de otros igualmente ensimismados. Eso no está mal. Pero tantas estaciones y ni una sonrisa, ni una mirada al que mira. Nada.
Eso, para no mencionar los 80 millones de nostálgicos de los muros altísimos y las armas de fuego que esperan una segunda oportunidad para que, ahí sí, el imperio muestre definitivamente sus miserias.