Declaración
- Fecha: 27 / Julio / 2023
En una de las muchas charlas que tengo con mis estudiantes casi a diario, la mayoría espontáneas o sin mayor premeditación, una adolescente maravillosa me declaró: “Estoy estresada, porque cuando uno es chiquito es ignorante y por eso es feliz, y ahora que acabo de cumplir 12 ya me doy cuenta de mi alrededor y me siento presionada por todos y por todo”.
“¿Cómo así?”, le pregunté. “Pues, claro, es que la vida es muy cortica y no hay tiempo sino para pagar las facturas, como les pasa a mis papás”. “Oye, ¿y a qué viene semejante rollo?”. “No es ningún rollo, es el resumen de la vida”, me dijo a quemarropa. Y se fue con el mismo desparpajo con el que entró.
Se dicen pronto. Quedé de piedra. Creo conocer a los adolescentes. Sé que son expertos en performance, sé que en sus confusiones pueden variar en un mismo día de estados irracionales a mansas sabidurías, como en este caso. Mi imprevista interlocutora, hay que decirlo, tiene mucha razón. Lo que no podía imaginar es que la percepción de una vida al servicio de las facturas se filtre en sus proyectos vitales de una manera tan sutil y temprana.
Mario Rivero, el inmenso poeta de los Poemas urbanos, decía lo mismo que mi alumna. A Mario le tomó décadas saberlo. A esta joven, apenas un recreo. Ganar conciencia es darse cuenta de las realidades de la vida, de todas. Está bien que sepa que algún día tendrá que pagar las facturas. Lo que no parece aceptable es que ese sea su proyecto de vida. Obvio, a lo mejor por la tarde ya estaba relajada o quizá dispersa en otra cosa. Lo cierto es que me dejó pensando.
Yo he insistido, desde cuando decidí ser educador, en ir en contravía. En contravía de los imperativos sociales y de las lógicas con las que nos van amarrando la existencia. No hagas eso, no pienses así, no digas eso, compórtate así, quédate callado, no te vistas de esa manera, no te conviene esa persona... son una pequeña muestra de los imperativos con que el mundo adulto gobierna a los niños y adolescentes. Subvertir lo establecido, con tanta decisión anímica como con argumentos, es más entretenido y apasionante que reproducir infinitamente el sistema. En eso los adolescentes son expertos, por definición. Pienso que la educación también puede hacerlo con otras herramientas y desde otras perspectivas. Una persona educada no traga entero, pero es capaz de tragar entero si decide tragar entero. Para subvertir, nada mejor que la valoración y el conocimiento del universo de las humanidades. Sí, de las humanidades. Porque es a través de las humanidades que el ser humano adquiere sensibilidades especiales frente a sí y los otros. Ese es su propósito: humanizar. La ciencia también puede lograrlo, pero es diferente.
Estoy agotado de decir que el examen de Estado es una fuente de angustias y zozobras para los adolescentes. Que hay colegios que les exigen a sus estudiantes dos horas diarias de preparación para el dichoso examen durante meses. Y se las cobran. Será válido, pero a mi juicio con la propia escolarización debería sobrar y bastar. Y estoy agotado de decir que el Ministerio y las secretarías de Educación tienen que cotejar la matrícula del grado décimo con la del undécimo, porque de un año para otro desaparecen, repentinamente, miles de estudiantes. Obvio, a muchos colegios no les interesan los alumnos que bajarían sus promedios en la prueba y sin embargo han sido sus estudiantes durante años. No estoy diciendo con esto que no se deben angustiar o enfrentarse a las dificultades que la vida trae. Claro que no. Deben prepararse. Estoy diciendo que se comercia, literalmente, con el miedo y las expectativas de los jóvenes. Más que eso, estoy afirmando que hay algo sagrado en la infancia y en la adolescencia que hay que respetar y preservar, y es lamentable que a los 12 años o antes nuestros jóvenes estén angustiados por asuntos que no son, de momento, de su incumbencia.
Hace poco Francisco Cajiao, en su columna, le recordaba a la ministra Aurora Vergara que la reforma a la educación superior debe empezar por la básica primaria y secundaria. Celebro querer ampliar los cupos en 500.000 más e indexar el presupuesto del sistema público universitario no al IPC sino a las necesidades reales. Pero, estimada ministra, empiece por la base, por los primeros miedos, porque después son muy difíciles de quitar. Se enquistan.