El veinte por ciento
- Fecha: 12 / Julio / 2023
Todo viaje de ida es ya un viaje de regreso. Yo no sé a quién se lo escuché o dónde lo leí. Poco importa. Lo cierto es que hace tiempo, cuando ya estaba perdiendo la cuenta de los años que llevaba voluntariamente fuera del país, tomé el camino de vuelta. Y no me arrepiento. Me negué a ser ciudadano europeo cuando en su momento me lo propusieron sin pasar por la caja registradora como ahora. Nunca tuve una beca ni una familia que me apoyara financieramente. Y regresé, años después, al punto donde todo había empezado.
Como los colibrís me moví mucho para quedarme en el mismo sitio. Y no podría decir jamás que quienes tomaron la decisión contraria se equivocaron o traicionaron su nacionalidad o algo por el estilo. Por supuesto que no. Pero a veces me preguntan: ¿cómo no te quedaste por allá? ¿Qué haces aquí si esto está cada vez peor? Y casi siempre me lo preguntan los más acomodados, justamente los que no tendrían tantas razones para migrar, pues su estado de bienestar sería muy difícil de conseguir en otra parte. Yo casi no discuto, confirmo mi decisión de hace treinta años y me quedo en silencio. Simplemente volví porque quise. Porque hubiera seguido siendo extranjero para siempre. Y porque además no habría honrado un cierto compromiso personal que creo tener con el país que me educó, con el país que me permitió ser lo que soy.
Es mi minúsculo ejemplo. No vale sino solamente para mí. Cada quien verá dónde vivir y cómo, de qué sentirse parte, en dónde soñar morir, qué ideales perseguir, y en qué aguas navegar.
Es evidente que la mayoría de la gente que se va de su país lo hace porque se le cierran las oportunidades, se queda sin puertas donde golpear, sin trabajo, sin posibilidades, y porque, fundamentalmente, aguantan hambre. O porque los persiguen o los amenazan. O todo junto. En la práctica sobreviven, no viven. Hay otros que quisimos conocer el mundo y estudiar y experimentar y salir de nuestro inveterado feudalismo, y eso supuso también mucho esfuerzo y sacrificio. Pero las razones eran otras.
No se me escapa que la miserable doble y triple moral de los países receptores de la migración se lucra de la misma mano de obra barata que persigue. No hay espacio para ponderar un problema tan complejo en una columna de opinión tan prescindible. Y tampoco se me escapa que las fronteras nos constriñen y que es válido traspasarlas para ver qué tan ancho y ajeno puede ser el mundo, pero que al mismo tiempo esas fronteras son la ocasión de discursos patrióticos de ultraderecha. A lo Trump, un gánster disfrazado de mesías.
Solo quiero llamar la atención de las estadísticas que instituciones tan serias e importantes como Colfuturo o el Icetex presentan. Más del 20 % de los becarios no vuelven. No es dramático. Y pagan lo que les prestaron porque prefirieron quedarse que volver. No hay sanción social. Es solo plata. No digo que no sea válido. Pero me pregunto hasta qué punto los discursos de los colegios donde estudiaron que, con seguridad, les hablaron de devolver a su país el hecho de haberse educado en una sociedad donde solo unos pocos se educan, fueron sinceros y eficaces. Les calaron. Para mí es una tragedia nacional que uno de los principales renglones de exportación del país sean ingentes grupos de jóvenes de los estratos más pudientes, con independencia que muchos de ellos genuinamente contribuyan a hacer patria desde afuera. No es lo mismo. Nunca.