Años después
- Fecha: 26 / Abril / 2023
La idea de escribir sobre política no me gustó nunca demasiado. En los casi tres centenares de columnas de opinión que he escrito talvez apenas una docena son de política. Al menos explícitamente. En todo caso me animo a escribir mal sobre política porque creo que más vale hacerlo siendo uno mismo que pretender igualar a los comentaristas profesionales del oficio, más informados y más diestros.
Conocí al presidente Petro cuando era alcalde de Bogotá y yo su subsecretario de Educación. No sé si se acordará. Fue una relación a distancia. Me invitaron a formar parte del equipo, porque necesitaban una Secretaría de Educación incluyente y yo había expresado mi deseo de trabajar en el sector oficial, que no público porque de un modo u otro todos los sectores son públicos. Lo menciono porque acababa de dejar la rectoría del Gimnasio Moderno de Bogotá, y para muchos, con razón o sin ella, yo representaba algo así como el opresor de las clases populares al servicio del capitalismo. Doy fe de la alegría y el entusiasmo que todos teníamos. Como cuando asumió la Presidencia. Las ideas pululaban por todas partes, los grupos de trabajo, la exaltación de los espíritus. Doy fe de que los prejuicios fueron desapareciendo poco a poco, incluso en la arena siempre húmeda más de pasiones que de razones que es el Concejo de la ciudad. Por mi parte, el tiempo que fungí en mi cargo me sentí muy útil. Y salí de allí tan feliz como exhausto. Tal vez más lo segundo que lo primero.
Lo cierto es que se lograron cosas importantes a pesar de la oposición sistemática al alcalde en casi todo lo que emprendía. Y como buen funcionario público, salí con varias investigaciones de la Fiscalía que, al cabo de casi tres años, demostraron mi inocencia. No mi culpabilidad. Al alcalde le gustaba entonces retar, desafiar, innovar, verbos todos muy cercanos al ejercicio de provocar. Como ahora. Y más allá de sus yerros, y de su particular personalidad, la ciudad tuvo avances verificables en muchos aspectos. No es tan cierto que no se ejecutara. Es cierto, como ahora, que las ideas iban más rápido que sus realizaciones. Y que hay reflejos condicionados que no cesan y que suelen enrarecer el aire de las reformas y entorpecer las cosas. Y sí, el alcalde es enigmático, críptico, egocentrista. Lo que quieran. Pero hizo carrera que Petro era el malo de la película. Y que había que detenerlo.
Me pregunto si los detractores de oficio solo cesarán cuando deje el solio de Bolívar. Seguramente. También es verdad que no todo lo que se le endilga a él y a su gobierno es automático o inconsciente. Claro que no. Y está bien que se le señale. Los escándalos de su hijo y de su hermano son verdad, como son verdad los errores garrafales de comunicación con los procesos de paz, y las salidas destempladas de tono de uno y otro funcionario de mediano y alto nivel. O de él mismo. Todo eso es verdad. Sin embargo, las ideas que sostienen las transformaciones que están en juego son lo que importa. Les duele a muchos que haya una afrodescendiente como segunda de abordo y un hombre que, con todo y sus defectos de carácter, dejó hace mucho tiempo las armas y prefirió las palabras y la política, de la que no me gusta escribir.