Vértigo
- Fecha: 09 / Marzo / 2023
Para Mábel
En cualquier momento se puede ser víctima fácil de algo o de alguien. Si uno es medio despistado o incluso con tendencia a la candidez, peor. Lo otro es andar prevenido. Mirando con recelo a lado y lado. Aprensivo. Como la escuela está llena de poros por donde se cuela la realidad de todos los días, pues pasan muchas de las cosas que pasan afuera de ella. No todas ni con la misma intensidad. Pero pasan. Se pierden los útiles escolares, se pinchan repentinamente los balones, un par de audífonos por aquí no aparecen y un teléfono celular simplemente desaparece. A veces hay niños que lloran porque sí y hay otros que te traen tu retrato de colores con las primeras letras de tu nombre. Pasa de todo. Casi siempre aparece el celular y los audífonos estaban en la casa. Si no es tuyo, es de alguien, repetimos todo el tiempo. Y ahí vamos. Desconsuela que en la intimidad de los hogares los padres no les recuerden a sus hijos que tal o cual cosa ellos no se las han comprado.
Una escuela es, entre otras muchas cosas, un recreo. He llegado a contar hasta tres partidos simultáneos de fútbol sin que sus jugadores se confundan de equipo y me he acercado con relativa fortuna a parejas con urgencias amatorias para leerles a don Antonio Machado y decirles que van bien, pero que tengan calma, que de momento admiren el brillo de la primavera en sus ojos. Pasa de todo. Abrazos imprevistos de pequeños que te gritan, caídas con más cara de drama que de verdad, grupos de pícaros en ciernes planeando historias, discusiones acaloradas de política, solitarios profesionales que desafían los parches, amigos tumbados en el pasto de verano mirando el piedemonte lejano y azul, muchachas deshojando la margarita del tiempo mientras el cambio de clase. Los partidarios de los tersos escritorios que construyen teorías y resuelven los problemas y los desafíos a fuerza de sentencias saben de educación tanto como aquellos que creen saber de Machado o Hernández porque se lo han oído cantar a Serrat. Es un buen comienzo, claro. Pero hasta ahí.
Sacan cuadros estadísticos y pontifican. Pero no han atado nunca un par de cordones, ni escuchado en silencio las tribulaciones de un adolescente homosexual, ni de una chica que solo quiere salir corriendo y meterse debajo de la cama cuando llega su padrastro porque su mirada le es incómoda, ni mucho menos conocen de verdad la diferencia entre los eventos de consumo de psicoactivos y el filo del tortuoso camino de las adicciones, ni han acompañado nunca a almorzar al que come muy despacio, pero no quiere ni atragantarse ni quedarse solo.
Una escuela es un país con nombre propio. Sus ciudadanos no se gobiernan solamente con manidos manuales de convivencia. El contacto debe ser directo. Sincero. Cuerpo a cuerpo. Sin humillar a nadie. Sin hacerles sentir la supuesta autoridad que sobre nosotros pende. Es conversando. Conversando mucho y viendo de qué mezcla de rostros viene la razón. Conociendo en profundidad quiénes son esos seres maravillosos que llamamos alumnos y que dan sentido a la vida, a nuestra vida de maestros.