Otra escuela
- Fecha: 26 / Enero / 2023
En 1948, en Paris, hace 75 años, se reunieron personas de la mayoría de los países del mundo. No importaba si eran ricas o pobres, o con color de piel distinta, o con pensamientos diferentes, o con dioses diferentes, o con gobiernos diferentes. Nada de eso importaba. Esa reunión terminó con lo que se conoce como la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Humeaban aún las hogueras de la segunda guerra mundial. ¿Qué nos dijeron esas personas?, ¿Cuál fue su legado? ¿Qué acordaron?
Que todos nacemos libres y que por esa razón todos tenemos los mismos derechos. Que nadie puede esclavizar a nadie. Que todos los niños del mundo tienen los mismos derechos, estén casados o no sus padres, y que todo el mundo tiene derecho a ser juzgado por un tribunal justo cuando es acusado por alguna falta, y que los seres humanos tenemos derecho a asociarnos con quienes nos parezca, y que todo el mundo tiene derecho a descansar y a trabajar un número limitado de horas y a disfrutar de vacaciones pagadas, y a recibir atención médica si estamos enfermos y a que el estado nos debe educar gratuitamente en la tolerancia, el respeto y la convivencia. Pero lo más importante es que la vida es el derecho fundamental y que nadie tiene derecho a quitarle la vida a nadie. Estos son algunos de esos derechos.
Se dicen pronto. En menos de un minuto. Pero costaron siglos. Milenios. Guerras y sangre. Dolor y sufrimiento. Y aún no tenemos en el mundo y en nuestro propio país el cumplimiento pleno de esos derechos. Por lo menos ya están consagrados en las Constituciones nacionales. Y qué tienen que ver los Derechos Humanos con la escuela. Pues todo. Por eso hay que volver a decirlo. Porque quizás a la escuela le ha faltado ser más explícita, más contundente, más deliberada en la promoción, divulgación y conocimiento de los Derechos Humanos. Quizás por estar enseñando y enseñando saberes hemos descuidado los fundamentales.
Me entra una combinación de desasosiego y furia cuando se nos dice a los educadores que hay que transmitir valores y principios porque tenemos una crisis de los unos y los otros. Claro. Lo que hay es que desaprender los valores con los tradicionalmente hemos convivido. No todos por supuesto. Pero aquellos como la xenofobia, la homofobia, el dinero fácil, el clasismo, el racismo, el sálvese quien pueda, los discursos de odio, los silenciamientos institucionales, todos ellos se pueden desactivar desde la escuela. O uno de los más perversos como es identificar (como se hizo y se hace aún), la creencia religiosa con la conducta moral correcta, como si no hubiera agnósticos o simples descreídos, más correctos que tanto devoto de mentiras.
No estoy proponiendo una cátedra de Derechos Humanos o algo por el estilo. Hablo de la creación deliberada, consciente y lúdica de ambientes escolares colaborativos, dulces, menos perfectos curricularmente, menos competitivos, más nosotros que sólo tú y yo. O sólo yo.