Los versos y la escuela
- Fecha: 23 / Diciembre / 2022
Siempre me ha gustado la literatura porque, aparte de divertida y cautivante, acaba uno reflejándose en lo que lee o deseando haberlo escrito. Pero no sólo por eso. La literatura no molesta a nadie, si uno quiere. O pone todo patas arriba, si uno quiere. La literatura es muy importante para poder vivir, pero no tiene mayor importancia para poder vivir. O ninguna. Bien mirado, uno elige qué es importante y ya. En mi caso yo elegí la educación como una forma privilegiada de la literatura. No puedo imaginar un lugar más lleno de historias que una escuela. Están todos sus géneros desperdigados en los espacios sin que sus protagonistas sean demasiado conscientes de ello. Mejor así. Están por igual el drama y la comedia, la ficción y el realismo mágico, la lírica y la crónica, la poesía y la prosa. Y mutan en un solo recreo, de uno a otro, a velocidades que ya quisiera un escritor profesional averiguar cómo. Todos, al fin de cuentas, buscamos acomodarnos en el sillón de la existencia. En la escuela empieza la función.
Por eso creo que la escuela es la sal de la vida. Una tentativa de contacto que no cesa. Las escuelas están llenas de palabras. Permanentemente. A algunas se les nota más que a otras, a algunas las coartan más que a otras, pero siempre son las palabras las que pululan en el aire de una escuela y se dan maña para escabullirse de los dispositivos escolares y recuperar así el sentimiento oral de la literatura tan venido a menos en los tiempos que corren. Los maestros no hemos reparado lo suficiente en ese fenómeno, quizás por estar haciendo informes o llenando cuestionarios. No digo que sean inútiles. Pero lo clave es afinar el oído con las historias que suceden, las historias agazapadas o explícitas, en definitiva, que están cantando los cantantes. Quizás una escuela no es sino un ensayo de orquesta hasta que cada uno encuentre su propio instrumento. Puede que a veces nos perturbe la primera persona del singular que habita por todas partes, contundente y furibunda, en las escuelas y desde donde, como es natural, se cuentan las historias. Pero si no es desde nuestro yo, ¿desde dónde entonces? El narrador omnisciente aún se tomará su tiempo en aparecer.
Los escritores, cuando se vuelven famosos o aun sin serlo y les preguntan muchos años después por la escuela, al responder no hacen nada distinto que literatura. La literatura nos rodea. Querámoslo o no. Es como un aire que nos sigue a todas partes. Porque los seres humanos no dejaremos nunca de contar historias. Que las escribamos y queden bien es otro asunto.
Yo, que escribo versos, pero no soy famoso, les debo a las muchas escuelas en las que se han ido mis pasos el privilegio de haber escuchado historia e historias que de algún modo misterioso han nutrido las mías. Tal vez por eso me ha costado tanta dejar las escuelas. Porque sería quedarme sin una tajada preciosa de la poesía.