El Icfes
- Fecha: 06 / Octubre / 2022
Fundado en 1968, el examen de Estado está más exhausto que nunca. La pandemia lo volvió a demostrar. La gran mayoría de universidades no lo consideraron como criterio de admisión en el 2020 y en el 2021. Y no lo hicieron por dos razones. La primera, porque se presentó muy tarde y, la segunda, porque en la práctica la disputa universitaria por la demanda no daba espera. Así de simple. De hecho, tengo varios estudiantes que aun sin haberlo presentado han sido aceptados, con los promedios de su bachillerato y una entrevista, y aun sin haberse graduado de bachilleres. Y lo siguen siendo. Válido.
No digo que el Icfes (hoy Prueba Saber 11) sea inocuo. Claro que no. El Estado debe velar por una cierta estandarización de los saberes. Eso se comprende. Que todo el mundo tenga unos saberes básicos sobre los números y las letras, las artes y las ciencias, la sociedad y los oficios, la historia y la geografía. Está bien. De allí se pueden derivar insumos para diseñar políticas públicas. Pero ese propósito, desde hace 28 años, la Ley General de Educación señaló con claridad que debía ocurrir hasta noveno grado. Pero no. En los dos últimos años del bachillerato seguimos enseñándoles matemáticas a los que quieren dedicarse al fútbol o a la historia, y química a los que se inclinan por el arte o el periodismo. O al revés. Les seguimos enseñando literatura a los que quieren ser ingenieros, o música e historia a los que se decidieron por las matemáticas. Ya tenían los saberes básicos de todo el espectro. Seguir insistiendo en enseñar más allá de lo básico es torcerles el cuello a las nacientes motivaciones personales o, peor aún, distraer a las que ya están formadas como vocaciones individuales.
Aunque no es obvio, se puede descubrir cómo todos los conocimientos tienen un sutil parentesco unos con otros y por qué un buen científico es también, a su modo, un buen humanista. Y al revés. Un buen administrador de un hospital puede salvar más vidas que un gran cirujano. Sin embargo, mientras el examen de Estado sirve como pretexto perfecto para que muchos comerciantes del miedo amasen fortunas ofreciendo cursos para prepararlo, las universidades siguen desaprovechando la ocasión de hacer procesos de articulación serios con la media vocacional y desactivar, de paso, los agujeros negros que están en el imaginario de las familias y los estudiantes con el examen.
Algo hemos hecho. Desde hace tiempo. Pero es poco comparado con la enorme tendencia social de reducir la calidad de un sistema educativo a un puesto en una tabla fruto de sumar los resultados y dividir por el número de los que presentaron la prueba. Muy romo el sistema. Suma y divide. Y ya. Sin el más mínimo análisis. Eso, para no mencionar los filtros de todo tipo que aún se siguen haciendo para que sólo lleguen a undécimo grado los mejores y así poder sacar pecho a la hora del ranking, (que a buena hora el Icfes dejó de hacer). Y, obvio, una vez en él, que sirva de magneto comercial a costa de un reguero de cadáveres académicos por el camino. Por fortuna algo está cambiando pues muchas familias jóvenes entienden que educar a un ser humano no pasa sólo por prepararlo para un examen. Es más complejo que ese entrenamiento. Mucho más complejo. No necesitamos la educación para sobresalir sobre los otros. La necesitamos para no hundirnos, para no morirnos de angustia, para soportar, si fuese necesario, el peso que la vida trae y la soledad de una habitación, la carga de nuestros muertos, de nuestras derrotas. Pero también la necesitamos para glorificar lo que somos e imaginarnos la felicidad, la vida en común y la prosperidad de un mundo reconciliado con sus temporales pobladores.
Ahora que soplan vientos de un humanismo fresco, el ministro Gaviria tendría, quizás, en estas líneas, una ocasión de darles un giro a las cosas.